Por Mariano González Calo
Conocí a Mosa por el año 2007. Tuve mucha suerte de haber podido presenciar las clases magistrales de bandoneón que dictaba por esa época una o dos veces por año, cuando venía para Buenos Aires, en nuestra escuela Orlando Goñi. Pasábamos de a uno y él nos escuchaba y nos corregía o sugería algo. Y siempre te decía la justa. Con palabras llenas de sabiduría y amor, le aportaba a cada uno de nosotros el conocimiento exacto que necesitábamos para alcanzar la perfección en la ejecución (claro que lo que hicimos después con ese saber fue asunto de cada quien). No conocí un docente más maravilloso.
Alguna de esas veces que venía nos tomábamos un vino y lo oí contar algunas historias de la época de las Orquestas. Como éramos varios no creo que hayan sido confidencias, así que quisiera compartir una de ellas. Es la historia del bandoneón de Baffa. Juan José tomaba clases con Ernesto Baffa. Nos cuenta que éste tenía en un estante de su estudio un bandoneón increíble, que cuando por algún motivo no podía llevar el suyo, era un placer absoluto poder tocarlo. Tanto así que se lo quería comprar a toda costa a pesar de que el maestro se negaba sistemáticamente a venderlo. Hasta que un día fue a la clase con un estuche vacío y en una maniobra, al terminar, se lo llevó. Nos aclara que no fue un robo, sino un secuestro. Al rato y por teléfono, ya con el fueye en su poder, tuvo mejores armas para negociar la compra. Al tiempo, una noche en algún escenario de la ciudad, tocaba el cuarteto de Aníbal Troilo primero, y después la orquesta de Osvaldo Pugliese. Aparentemente al bandoneón de Troilo le pasa algo durante un tema (se le habrá quedado sonando una nota, o se le habrá roto la válvula), e inmediatamente alguien pregunta a los músicos de Pugliese si podían prestarle un instrumento a Pichuco. –Claro que si- dijo Mosa y le dio el bandoneón que había pertenecido a su maestro. Al terminar, Troilo se acerca a los músicos y pregunta:
–¿De quién es este fueye?
– Mío, Maestro.
–Ah… qué lindo. La verdad, me encantó… ¿Así que el hijo de puta de “Baffita” te lo vendió?
No hace falta aclarar que ese bandoneón había sido un obsequio de Troilo.
Un mediodía, después de unos ravioles suculentos y varias botellas de Malbec, nos confesó que le decían “Plomalini” por su inigualable capacidad de estar en todos lados, siempre. Iba a los ensayos de las orquestas, a los conciertos. Fue testigo de “la goma de Troilo”. Estaba ahí cuando Pichuco le mutiló el arreglo de Danzarín a Julián Plaza, cambiando el orden de las partes. Miles de historias. Una fuente inagotable de tango.
Juan José nos hablaba de la “familia tanguera”. Con sus historias nos hizo parte.