Algunos miran, otros hablan – Orquesta Típica Julián Peralta
Hicimos todo mal esta vez: el grabador correcto no funciona y lo notamos a último momento. El celular bueno para grabar no tiene batería y el celular malo para grabar, es más malo para grabar que celular. Nos citamos en una plaza -Black aprovechará para pasear a su perro mientras charlamos- y al llegar, se larga a llover. Por supuesto, nadie tiene paraguas ni piloto ni buena suerte, claro está.
Anchorena y Perón.
Lluvia.
El Black Rodríguez Méndez que llega a la entrevista no tiene puesto un traje blanco, ni lentes de sol, ni la flor en el ojal. No tiene un micrófono en la mano ni la sonrisa de escenario con que nos hechiza mientras canta. Tiene en cambio, una bermuda oscura, una mochila al hombro y el paso firme (eso sí, igual que arriba).
Unas cuadras hacia el bar. Hablamos de Córdoba y sus bondadosos pueblos para descansar. Qué es descansar, cuánto tiempo puede uno descansar…
El bar.
Soda.
Rec.
«Pasan los años… A mí me pasan… y entiendo que hay algo que atrapar. Profundizar en qué es lo importante para uno y después atraparlo».
Black, dice que no toca la guitarra, pero aprendió un poco con su hermano y con su primo. Entonces, toca. Black dice que no escribe arreglos, pero cuando se junta a ensayar, tararea a cada músico la parte de cada uno de los instrumentos y así arma la orquesta. Entonces arregla. Black dice que es de acá, pero es de allá y de más allá también. Y así, como quien no quiere la cosa, Black saca un disco.
Suena la voz de Black más fuerte y grave que la de cualquiera en el bar. Habla de su familia, de sus amigos. Uno puede ver una montaña de gente que se apila en su corazón y se cambian de lugar y bailan y siempre hay música y asado y todos sonríen y…
Black no se quiere perder nada… Habla del gusto por esa poesía que deschava sin rodeos. Le urge desnudarla si se viste con mil firuletes. Hablamos de canciones. De ellas le atraen las historias, las imágenes. Nombra «Mataderos» del Pacha González, nombra «Perdidos» de Migue Suárez. Se define con las palabras que dicen claramente, que cuentan un cuento que todos entendemos. Y así nos canta cuando nos canta, contando. Black es un gran contador de cuentos, dejamos que su voz y su cuerpo entero nos cante, con sus gestos, elegidos para la narración. Black llena su cuerpo de palabras que todos podemos entender aun en los silencios. Mientras todos nos callamos para escucharlo, Black es palabra de cuerpo entero. Es el portador de estas historias que lo movilizan.
Como un guerrero Black cuida la canción, defiende cada una de las historias que narra. Sabe cuidar el escenario, moverse, sin fastidiar. Hipnotiza. Sabe cuántos pasos tiene que dar para no chocarse con las cosas: cables, micrófonos, músicos. Sabe poner la distancia artística que protege a la canción. Pero antes sufre. «Sufro hasta llegar arriba del escenario. Estoy tenso. En el escenario me libero. Antes estoy pensando por dónde entro, hay un pie, cuánto espacio tengo… Es el trabajo del actor. Es el hecho de cuidar la música, la escena… Dónde vas a estar, con qué mano agarrar el micrófono. Proteger la obra. Proteger la canción». Y agrega: «Así como está lo cuidado, está también el desborde… Me encanta».
Hacia atrás, Black tiene mucha historia. Un buen día se fue de Lanús y construyó otra patria en Almagro, barrio que conoce de memoria y del que podría ser historiador de alguna de sus plazas… «Anchorena y Perón…». Alguna vez estudió teatro, alguna vez estudió clown y de todos esos lugares se trajo algunas cosas: «No dar el culo al público. Elevarse, observarse -no criticarse-. Me observo, no me juzgo». Hacia atrás y también hacia adelante, Black canta tango, canta cumbia, canta chamamé… Canta lo que se le ponga en frente y lo movilice. Se luce con la Delio Valdez, con La Púa, con la Típica de Peralta… Brilla siempre y en este caso el Black no se chupa la luz, sino que la expande.
Habla de su vida, de sus temores, no se guarda nada… La pasión por lo que hace se le escapa por todos lados. «¿Llegar al final de la vida y tener cosas pendientes? ¡Qué no quede nada!» dice Black, y decimos con él.
Tiene en mente una película llena de personajes habladores, de esos que de pronto se te aparecen en un bar y dicen sus cosas. Seguramente con el empuje que lo caractariza, esta idea se hará película y la veremos en algún tiempo.
Black en una lista:
No mira tele.
Practica budismo.
Enfrenta sus miedos.
Crece.
Se rodea de gente. Es buen amigo de sus amigos.
Su familia chorrea por todos lados, en todos sus rincones aparece.
Escribe sus canciones, las orquesta, las toca en banda. En sus canciones habla de sus cosas, o no. Escupe lo que sale cuando escribe, no se cuestiona.
«Cuando me quedo sin nada me pregunto qué quiero hacer. Y lo hago».
Sabe lo que quiere. Va hacia ahí.
«Un momento de libertad que uno pueda robarle a lo establecido, como un guerrero que roba libertad.
Paguemos el precio justo
por la libertad…
por la libertad…
por la libertad».
Repite, como una canción. Y claro que cantamos con él.
***
El Black detrás del Black del escenario camina como un hombre cualquiera. Se agazapa el Black que encandila arriba con las luces y deja pasar al otro, al de todos los días, con sus cosas cotidianas, sus temores, su risa de repente, sus pausas al hablar. Se termina la tarde y lo vemos irse. La próxima vez que nos crucemos, seguramente será con el otro, el Black al que todo le creemos cuando canta, el que juega en escena e hipnotiza, el que nos tiene prendidos a su hazaña de artista contador de historias. Seguramente la próxima vez que lo veamos irse, le pediremos ¡Otra!