En un ángulo del sótano de su casa, en Constitución, Carlos Argentino Daneri descubre “una esfera tornasolada de casi intolerable fulgor” que le permite contemplar todo el mundo, simultáneamente, desde todos los ángulos posibles. Inspirado por esas visiones, Daneri se aboca a crear un monumental –e insoportable– poema al que titula La Tierra, con el que pretende describir todo el mundo, sucesivamente, desde todos los ángulos posibles. De esta forma, Borges imaginó su fantástico Aleph. Lo que no imaginó Borges es que a pocas cuadras de donde ambientó su cuento, en el barrio de Barracas, en el bar del Tano Nunzio; más específicamente, en la ominosa letrina del fondo del bar, existió un verdadero Aleph.
Al bar del Tano asistían personajes de diversa calaña, entre los cuales estaba Pascual Contursi. Una noche, Contursi, que se había pasado varias estaciones de ginebra, tuvo la necesidad de deshacerse del líquido sobrante. Mientras intentaba hacer foco en el desagüe, intoxicado por el alcohol y la negligencia higiénica de Nunzio para con su letrina, quedó tomado por la súbita visión: vio una habitación, vio un ropero en la habitación, vio una guitarra en el ropero, vio cada una de sus cuerdas viejas; vio una lámpara, un retrato, un espejo empañado y el reflejo del ropero en el espejo; vio unos cansados bizcochitos en un plato, vio a un compadrito; y vio, también, cada una de las lágrimas de su desamor; y hubiera visto mucho más si Francisco Canaro, habitué del bar, no le hubiera golpeado la puerta: “Metele, hermano, que me desgracio”. Despabilado por el shock, Contursi salió en silencio y en silencio se volvió a su pieza. Unos días después nacía la letra de “Mi noche triste” que desencadenaría una infinidad de hechos: el tango canción, Gardel, los imitadores de Gardel, los detractores de Gardel, los premios Gardel, Chano de Tan Biónica tomando falopa en la fiesta de los premios Gardel, la queja misógina camuflada de pasión amorosa, Manzi, Maradona cantando “El sueño del pibe”, la peluca de Soldán, las canciones del Tape Rubín, las canciones de Leo Mattioli, Polémica en el Bar, el suicidio del Tano Nunzio por una pena de amor y la posterior demolición del bar en 1968, Al Pacino bailando ciego “Por una cabeza”, “Cacho” Castaña, la Fernández Fierro, el Beto Flores y este artículo.
Claro que antes de que pase todo eso, Contursi volvió a ir a la letrina en búsqueda de nuevas inspiraciones. Y la letrina le mostró buhardillas de París con mujeres tuberculosas que añoraban brillos pasados (la letra de El motivo); brillosas prostitutas de Dublín que desdeñaban pasadas oscuridades (Flor de fango); mafiosos de Nueva York atónitos al ver a sus amadas paseándose del brazo de otros hombres (La he visto con otro); tucumanas arrepentidas que volvían a los brazos abandonados (De vuelta al bulín); madrileñas insaciables exigiendo a sus amantes lujos mundanos (La mina del Ford).
Si algo se le debe reconocer a Contursi es que toca prácticamente todos los temas del tango. O, por lo menos, la mayoría de los mismos temas que aparecen casi textualmente en la mayoría de los tangos de la mayoría de los otros autores: Madamme Yvonne, Grisetta, Muñeca Brava, Qué vachaché, Lo que vos te merecés, en fin.
Analizando los pormenores de estas similitudes líricas, el equipo editorial de los archivos lisérgicos de Revista El Sordo, reunido en asamblea bajo estrictos protocolos sanitarios, descartó de plano la banal hipótesis del plagio y fijó dos conclusiones totalmente prescindibles: la primera, la inevitable comprobación de que otros letristas asistían al bar del Tano con idénticas urgencias renales a las de Contursi; la segunda, la tranquilizadora decepción de que el Mundo que refleja el Aleph –y tal vez el vasto Universo todo– sean infinitos, sí, pero periódicos.