Escuché por primera vez “El calandrio”, mi tango preferido, durante un concierto de Derrotas Cadenas en La Paz Arriba; o en Youtube. Su impredecibilidad lo convierte en mi elegido.
Para comenzar, rinde homenaje a los animales, ya que lleva por título el nombre de un ave (hay dos sabores de calandrio: la Mimus Saturninus es la versión americana y la Melanocorypha Calandra es la versión europea)*. El hecho de invocar al reino animal en un concierto de tango nuevo es algo que captó mi atención desde el vamos. Hecha la presentación comienza la música, y se confirma que la elección del nombre no fue solamente ornamental.
“El calandrio” es una pieza es ciclotímica y oscilante, que no está planteada en términos de blancos y negros. Comienza con un humor entre relajado y juguetón, con un bajo que recuerda a las habaneras (¡!), y sonidos de la tonalidad mayor (¡¡!!). Esto es toda una novedad, diría que algo casi impensado hoy en día en el mundo del tango nuevo. Pero lo más interesante es que el carácter aparentemente ingenuo del comienzo pronto marcha hacia lugares inesperados. Y la lista de lo inesperado sigue: su forma parece no haber estado concebida de antemano, abunda en madrigalismos y tiene algunos guiños raveleros (españoles, al menos). Música ondulante, sin pose e imprevisible, que sorprende sin efectismo y plantea ideas muy ingeniosas para abordar tangos nuevos.
*El nombre vulgar y binario de ambas aves es Calandria. Parece que tanto la variedad americana como la europea imitan muy bien el canto de otras aves, vaya uno a saber para qué; también de otros sonidos de su entorno. Los machos europeos “tienen más destreza para cantar” que las hembras. A la variedad americana la parasita el Molothrus bonariensis, alias tordo renegrido o morajú, que pica los huevos que ponen nuestros amigos calandrios, deposita los propios en sus nidos, se toma el palo, y los deja empollando. A la familia no se la elige.
Julián Corach es pianista y compositor en La Hoguera Tango.
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Ilustración por María Belén Sigismondi