“Resurgimiento”, de Agustín Guerrero. Aunque suene monótono tengo que replicarlo: me resulta sumamente complicado seleccionar un tango contemporáneo con la vasta posibilidad de estilos e ideas difuminándose hacia el interior y exterior del género, y la increíble y prolífica producción de tangos cantados que en este caso dejé de lado para no meterme en más quilombo. Pero decidí guiarme por los dos factores que me conmocionan a la hora de escuchar una obra (en lo instrumental, ya que en un tango con letra el peso de lo que se dice siempre va a superar cualquier otra conmoción) para seleccionar de manera más intuitiva y no tan mental: el placer sensorial que me provoca que no necesariamente es por lo agradable y luego el placer estético que no necesariamente es por lo bello.
Este tango que se encuentra en el disco homónimo que se publicó en 2011 de la Orquesta Típica Agustín Guerrero, y el disco en general, se nutren de una vasta paleta de colores tímbricos que generan una sensación expansiva al oído, no comprimida, donde los recursos orquestales ebullen. Con algunas visiones luminosas en contraste, este trabajo discográfico mantiene una estética de vacíos y oscuridades, con algunos dejos de grotesco. Por momentos la información es abrumadora, pero nunca descontrolada ni disarmónica, como un reflejo de la lucha constante del individuo creador con la alienación circundante: la lucha inevitable del que crea en un mundo que parece no tener raíces.
“Resurgimiento” en particular es dueño de una atmósfera por momentos opresiva y por momentos luminosa, embebida de una angustia y una nostalgia tan propias del tango como del expresionismo alemán de principios del siglo XX de donde se nota una notoria influencia estilística: una emocionalidad que parece dura y contenida, pero imparable.
El tango arranca con un panorama místico. Un coral de bandoneones desdibuja una especie de himno que se desplaza hacia las cuerdas manteniendo un paisaje desolador para luego transformarse en una máquina aplastante, donde cada elemento tiene su relevancia de manera precisa y no invasiva en una nebulosidad enérgica. Las atmósferas van desde la turbulencia a lo meditabundo, para estallar en un contrapunto maravilloso que desemboca más tarde en un tutti final. Deconstruye de manera volátil cierta visión sobre lo que debería ser un tango, y nos permite vislumbrar lo rica que es la arquitectura del género y sus capacidades de permeabilidad. Al fin y al cabo es la vulnerabilidad de lo desconocido la que nos permite correr los límites y descubrir que hay más allá en la creación artística.
En un mundo donde las imitaciones y las idea masculladas predominan, el estilo de Agustín se mantiene genuino. Como la semilla que late esperando surgir bajo un asfalto inmóvil y temeroso y que una vez que surge no se detendrá en su crecimiento hasta aflorar. El compositor ilustra un paisaje urbano-musical que parece recorrer imágenes de diversas épocas y que se trastocan atemporales y casi heroicas, pero que nacen de la amalgama de sensaciones profundas que habitan en el género y confluyen en una visión real del panorama renovado del nuevo tango.
Nazarena Anahí Cáceres nació el 22 de octubre de 1992 en Montecarlo, Provincia de Misiones. Vive en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y en 2014 ganó el primer premio en la categoría “Canto Femenino” del Certamen Hugo del Carril. En la actualidad es la cantante de Chifladas Tango (con quienes recientemente editó el album «Desborde«) y desarrolla su carrera solista, con su flamante EP «Templanza» lanzado este año, donde fusiona el tango con géneros urbanos como el trap y el hip hop.
Ilustración por María Belén Sigismondi