Cancionero de tango nuevo por entregas

Nuestra letrística fue construida entre ciudades léxicas alternadas por elípticas estaciones. Sus habitantes, de misiones triunfales y de arritmicas frustraciones , se enlazan entre palabras, bocinazos y diagonales, lejos de otros ojos que les brinden bendiciones o los envuelvan en mortajas.
En este compendio viudo de premios y símiles anhelos – volando al unísono sobre una misma y brillante estampa – compartimos el plato repleto por novísimos silogismos de un siglo apurado; variados sabores que saltan sin freno entre el mínimo apunte de un recuerdo, entre tensos altares presentes o en el juvenil sacrificio de un futuro sin novedosos bosquejos.
He aquí, una sección de la poética tanguera que cae de capturas métricas, desamores ahogados, desatados rencores, pelotas atrapadas en postes, temblores apoteósicos y barriadas sin nombre. Una selección deseosa de un atril empachado de canciones; altiva de enunciar las etapas primates de zapadas al mango con gastadas bordonas cercanas a un rio, gloriosa por flotar sobre las plumas de gorriones amarrados a una música emancipada de techos.
Presentamos con ella – y entonces- las voces vaciadas en hojas de autores/as y compositores/as que abrazan nuestros días; las que atrapan otras noches y besan prontas horas velando el porvenir de un vivir que rima con pueblo, las que van dejando -entre danzas, arreglos y orquestas- una resma completa de trenzas en versos que ensucian de nervios y adverbios, las que pacientes de bocas, se presentan como sinuosas amantes, lejanas de espantados concilios. Son estas, las mismas, de ciudades levantadas entre aires de tango por obras recientes de habitantes que, al yugo, nivelan ladrillos para borrarse del humo, mostrando sonrientes sus casas, poniendo su origen al frente de otros habitantes que se han olvidado de aquello que suena, de a quienes recuerdan y de todo lo que callan.
Presentamos lo bello, lo bueno y lo útil. Selección destinada a quienes emprenden el viaje y lo disfrutan, porque saben que no hay estaciones pasajeras ni quietas aún cuando el mundo insiste y persiste en llevarnos atados en su impiadosa y omitiva marcha. Porque no necesitan de irritables alaridos que despabilen al tiempo para darse cuenta que existen ciudades a la vista de todos y otras secretas, de esas que – en sus idas y vueltas- nos traen al oído un misterio marcado al calor de su huella; el mismo que nuestras ciudades de ruidosas diagonales y sus habitantes de polarizadas ventanillas, sin darse cuenta, siempre nos cantan.