Por Carolina Buratti
Ilustración por Pablo Garat
Día 4
Be despiedto cod unos mocos que le dajan el nazo a cualquieda. Be duele todo el cuedpo. Hoy no voy a haced dada. Dada de dada. Apenas pienso levantadme de la cama pada id al baño. Sólo si es udgente. Si no, no. Suena el teléfodo.
Yo: -Hola
Ella: -¿Afinador?
Yo: -Sí
Ella: -Buen día señor. ¿Puede venir ahora? Estoy en Barrio Norte.
Yo: -No, hoy no tdabajo
Ella: -Ah. Qué pena…
Yo: -Sí. Disculpe, llame madiada
Ella: -Es que lo necesitaba para hoy… Es una urgencia… Es por mi marido… Que falleció ayer y hoy…
La mujed sigue hablando pedo mi cabeza no la puede seguid. Udgencia, madido muedto, piano… La puta cudiosidad mató al gato.
Yo: -¿Cómo dice?
Ella: -Lo cremamos esta tarde. Él siempre pidió que lo hiciéramos con el piano, su amor, su pasión. Pero yo no lo puedo cremar con el piano desafinado, ¿me comprende?
No sé si la compdendo o qué miedda se me pasa pod la cabeza. Pelotudo…
Yo: -Está bien. Pasemé la didección y en una hoda, una hoda y media estoy ahí. ¿Qué piano es?
Ella: -Es un Yamaha.
(…)
Llego a la casa. Es un depadtamento hedmoso, muy bien puesto. Me decibe Beatdiz, la viuda. El living está lleno de gente. También está Gedaddo, el muedto. La puta que me de mil padió, lo están velando ahí. Me convidan un canapé de palmitos. Lo acepto pada no tened que… No sé pod qué lo acepto. No puedo haced otda cosa. Beatdiz me dice que me quiede pdesentad a los hijos. No me puedo negad a nada. Pdimedo son los hijos, Matías, Ismael y Diego, le siguen las nuedas Medcedes, Nuni y Madisol y después una seguidilla de pedsonas que no sé pada qué cadajo me quieden pdesentad pedo la cosa es que tedmino dándole el pesame a cada uno, a los abdazos como si fueda de la familia. Casi una hoda más tadde, con muchísima infodmación de Gedaddo que no necesito conoced pada nada, llego al cuadto donde está el piano. Bueno.
Yo: -Beatdiz, esto es un teclado
Ella: -Sí, es el piano de Gerardo
Yo: -No, no. Esto no es un piano, es un teclado. Es electdico
Ella: -Sí
(…)
Beatdiz: -Si no te molesta, voy a hacer pasar a mis hijos, queremos estar todos mientras lo arreglás, como un último adiós también al piano que lo acompañó toda la vida…
Solloza un poco y sale a buscad a los hijos. No puedo ni movedme, ni pensad ni nada más que putead a mi mala suedte. Un minuto después tengo a los hijos, a las nuedas y a Beatdiz padados aldededod mío, muy acongojados y solemnes. No me da la cada.
Yo: -Miden, yo no los puedo engañad, esto no es un piano, es un teclado…
Beatriz: -Confiamos en usted Alberto
Yo: -Pedo, esto no se puede afinad, no es un piano…
Beatdiz lloda abdazada a Diego. Nuni le tdae un vaso de agua. La gente que está en el living se empieza a acedcad. De depente están todos en la habitación.
Yo: -Vea, Beatdiz, esto es un teclado, no tiene nada que yo pueda afinad. ¿Pod qué dice que está desafinado?
Beatriz: -Tóquelo y se va a dar cuenta Alberto. ¡Suena mal!
Efectivamente, al Yamaha le falta batedía.
Yo: -Ahoda vuelvo. Necesito bajad a buscad algo
Beatriz: -Alberto, ¿no se va a ir, no? Matías, acompañalo
Escoltado pod Matías bajo hasta el kiosco de la vuelta. Volvemos. Todos siguen en sus lugades, aldededod del Yamaha.
En el más absoluto silencio, abdo el teclado y como si fueda el hechicedo de una tdibu de dementes mal medicados, le cambio las pilas. Pongo las pilas viejas en un fdasquito que Beatdiz me alcanza entde lágdimas.
Beatriz: -Nosotros no tiramos las pilas. Cuidamos el medio ambiente, como a Gerardo le gustaba
No sé qué desponded. Los dejo ahí, llodando y apdovecho cuando llegan los de la funedadia pada tomadme el palo. Ismael me ve salid y me codde pada pagadme. No me da la cada.
Yo: -Dejá. Un último degalo mío pada tu viejo.
Me voy caminando. Llego a la esquina y se ladga a lloved. Gedaddo y la de puta madde que te de mil padió.
No sé si la autonomía es tan buena idea. Tal vez en un tiempo tenga que volved con el foddo de Julio.
Sección «Diario íntimo de un afinador» completa