Reseña sobre el libro «El tango. Cuatro conferencias» de Jorge Luis Borges, Buenos Aires: Sudamericana (2016) por Beto Flores
En 2016 la editorial Sudamericana publicó, bajo el título: El tango, cuatro conferencias que Borges dictó en 1965 sobre el género. Son un buen compendio de las ideas que ya había esbozado en su libro sobre Evaristo Carriego y en sus ensayos «La ascendencia del tango» y «El idioma de los argentinos».
Para Borges, el tango nace en 1880 en algún tugurio de mala muerte cerca de la margen de algún río o de algún arroyo. El lugar exacto depende de si a la historia la cuenta un porteño, un oriental o un rosarino. Hijo de la milonga y de la habanera, resuena algo africano en el nombre tango, pero la etimología es misteriosa, esquiva.
Lo que es claro para Borges es que hay un tango llorón que nace con Contursi que «inevitablemente rima con cursi», dice. Y un tango de los compadritos, de aquellos hombres que fundaron «la secta del coraje y del cuchillo», que es el que admira y reivindica. Un tango valiente y alegre de hombres a los que presenta como los héroes de una epopeya criolla que todavía no ha sido escrita.
En el periplo que hace para explicar el nacimiento del tango y su éxito mundial, describe la Buenos Aires de casas bajas y tortugas en los aljibes; traza el croquis de sus barrios y de sus orillas; delinea los tres personajes fundamentales del tango: los compadritos que se veían a sí mismos como gauchos, los niños bien que importaron el box de Londres y exportaron el tango a París y las mujeres de la vida.
En estas cautivantes y polémicas conferencias, Borges suelta algunas frases inolvidables, critica a Discépolo sin nombrarlo, opina sobre Gardel con nombre y apellido, desmitifica el origen inmediatamente popular del tango y mitifica su origen criollo, explica qué es la «biaba con caldo», por qué le gusta la milonga «Pejerrey con papas», y relaciona, en una misma página, a Poe, Victor Hugo, la mitología nórdica y el tango a partir de la repetición de una imagen común: la danza y la muerte, porque a Borges, en definitiva, lo que lo fascinaba era ese «otro baile, el del cuchillo».
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