Por El Beto Flores
Ilustración por Paloma Márquez
En el año 1927, en Nueva York, se estrenó la primera película con sonido sincronizado. Hasta entonces el cine era mudo. Desde el 1900 se venían probando distintas formas de acoplar la banda sonora a la banda de imagen, pero en ese año se estandarizó el sistema definitivamente. Este profundo cambio estético modificó al único arte nacido en la burguesía. En paralelo, se produjo una gran revolución corporativa, por esos años se fundó lo que se denomina en la jerga cinematográfica como Studio System, películas filmadas en estudios creados para tal fin. También inició su periplo esquizoide el Star System: nacieron las estrellas de cine, los actores taquilleros y con ello la explotación de actores, guionistas, directores y técnicos. Además se generó el canon del cine clásico, las primeras teorizaciones sobre el lenguaje del cine y nacieron las fuertes marcas de género que formaron moldes para la producción en serie de películas para consumo masivo. Estas grandes compañías cinematográficas que hasta hoy en día mantienen su hegemonía en la producción de películas, tenían a veces sedes, como la Paramount en Hollywood, New York y Francia. La incipiente industria cultural tanteó el mercado con películas muy bien producidas y también con películas de bajo presupuesto, filmadas en pocos días.
En este contexto comienzan su relación dos de los protagonistas de esta miscelánea: Louis Gasnier y Carlos Gardel, respectivamente director y estrella de películas como “Melodía de Arrabal”, filmada en Francia en 1932, “Cuesta Abajo” y “El tango en Brodway”, filmadas en Nueva York en 1934.
Louis Gasnier era un director de cierto renombre que quedó relegado a un lugar marginal con la introducción de la banda sonora y tuvo que dedicarse a ser un director contratado de los grandes estudios. Básicamente, filmaba todo lo que le encargaban. Apenas dos años después de filmar las películas del “mudo”, rodó “Reefer Madness” (algo así como Locura porrera en 1936), un film financiado por un grupo religioso para advertir de los peligros del consumo de THC. La película se convirtió con su redescubrimiento en los ´70 en objeto de culto para los amantes del cannabis.
Carlos Gardel, por su parte, llegaba al punto cúlmine de su carrera con su llegada a la pantalla grande; ya había incursionado previamente en el cine mudo (Flor de Durazno en 1917). Carlitos, que siempre supo dónde se cortaba el bacalao, ya se había percatado de la importancia de la radio, del disco y de la prensa y les sacó jugo. Incluso, es un precursor de lo que hoy llamamos videoclips, filmó diez “Encuadres de canciones” en 1930, lo que fue la primera filmación en Argentina del sistema sincronizado de sonido e imagen.
Las películas que Gardel filmó en Francia y Nueva York (nunca en Hollywood) fueron grabadas en pocos días, eran películas de clase B, de bajo presupuesto, para mercados no anglófonos con guiones moralizantes, sin muchas pretensiones. Se calcaban incluso escenas de otras películas similares (de estrellas de otros países como Maurice Chevallier).
La histórica Gardel-Le Pera se forma en París en este contexto. Allí Alfredo, que era un autor de teatro reconocido, se encontraba trabajando como traductor precisamente para la Paramount. Gardel, por su parte, buscaba un reemplazante para la realización de los guiones y de las letras de las canciones que incluían los filmes, después de haber concluido su sociedad con Manuel Romero y Matos Rodríguez (“Las luces de Buenos Aires” de 1931). Su segundo largometraje “Espérame” había resultado una mala experiencia, con un guión producido en EE.UU, cargado de incongruencias. Le Pera, escribió los guiones siguientes, fusionando elementos del sainete criollo, con el teatro español y las nuevas formas de narrar del cine. Las letras cumplían el rol de pequeñas condensaciones de los argumentos de las películas. Es tan interesante como productiva la narrativa del tango para tales fines, pues se trata, como ningún otro género popular, de pequeñas óperas de pocos minutos.
En este tipo de películas de formación de estrellas provenientes de la música, uno de los motivos principales, más allá de la trama en particular de cada una, es realzar las dotes del protagonista, haciendo culto de su voz. En “Melodía de Arrabal”, por ejemplo, el paso de la vida de avería (Gardel es un estafador) se logra a través de la música. La primera escena muestra un disco girando con la pista de “Melodía de Arrabal”, y la última lo muestra girando ya con la voz del “mudo”, como cierre del ciclo. En este mismo sentido, es reconocido precisamente por su voz desde la calle por un antiguo compañero de estafas que lo empieza a extorsionar. La voz de la estrella es inconfundible, única. Para culminar esta serie, en los últimos minutos del film, es nuevamente su voz interpretando “Melodía de Arrabal” la que le hace recordar a un detective que lo busca para meterlo preso un episodio clave sucedido años atrás, posibilitando un final feliz (la voz queda en la memoria, es una huella que resiste el olvido).
Igual que en un tango, las películas reproducen sus mismos tópicos, su misma moral: reflexiones y sentencias de la mala vida y/o de la mala mujer que supieron convertirse en el canon de la poética tango a partir del 1920, bajo la influencia de los versos de Evaristo Carriego. Pero además, esto encuadra perfecto con el maniqueísmo del mayor aparato de propaganda del siglo XX antes de la televisión. Se busca generar una moral burguesa transversal, trasnacional: la del self made man, el hombre hecho a sí mismo, donde todo ascenso social es posible por mérito, aunque se venga de la pobreza. Y también se pagan tributos cosmopolitas: sin motivo alguno, por ejemplo, en “Melodía de Arrabal” se canta “La marcha de los granaderos” (del ejército Francés) que había sido interpretada en otra película por la estrella francesa Maurice Chevalier. Allí, por supuesto, tenía otra significación, en el marco del convulso belicismo que latía en Europa. En el “Tango en Brodway”, el tributo es para la música popular yanqui y nace el Foxtrot “Rubias de New York”.
Hay una película que se destaca entre todas las películas que filmó Gardel, y es “Melodía de Arrabal”. Cuenta con una trama policial y con ciertos pasajes de autorreferencia a la industria cultural en tono de burla (aparecen las figuras como el productor, aunque el disco sigue funcionando como elemento de consagración) que la hacen más rica que las demás. Es una película que cumple con lo que más tarde los críticos de Hitchcock llamarían “la mancha”. La dirección del espectador para generar suspenso a través de elementos de aparición casual, pero que de algún modo son señalados, y que luego van cobrando una significación importante en el desarrollo de la película, un recurso muy explotado por la novela del siglo XIX.
Moral burguesa transnacional y moral tanguera se funden en un entramado de personas que fueron llevadas por la industria cultural a tejer una red novedosa de relaciones que hoy sigue vigente: las corporaciones productoras de arte de masas, la copia de formatos exitosos para su utilización en mercados alternativos, la tercerización y la explotación laboral como regla.
Es preciso reconocer que de toda esta parafernalia está hecho el tango, y que continúa siéndolo con otras formas bastante menos glamorosas. Es una realidad que debiera servir para reafirmar el camino independiente de la autogestión, el laburo cooperativo, para no dejar esta que maquinaria nociva degluta las posibilidades verdaderamente artísticas, políticas y culturales que tiene el tango hoy.
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