REVISTA EL SORDO

La Milonga del Futuro – Entrega IV

Por Fernando Krapp
Ilustración por Hago Tiritar los Pastos

La luz que entró cuando Mike abrió la puerta fue como un fogonazo. Mike me mató, económicamente hablando. Me dejó sin orquesta, sin alumnos, sin clases, sin nada. Estaba en cero, yo solo al frente de ese monstruo que habíamos creado juntos. Y no soy bueno para los negocios, lo dije más arriba; él era el combustible, yo el motor. Ahora era un motor trabado, sin combustión. Traté de buscar un socio que me diera una mano, pero no venía nadie. Me estaba hundiendo. De siete meseras que teníamos tuve que bajar de a una en cada mes, hasta que una me cayó con una demanda por trabajo en negro y tuve que ir a un arreglo. Cosas de caranchos que cuando pueden te arrastran un mango. Igual Claudia seguía viniendo. Creo que estaba enamorada. No la culpo. Era tierna, trataba de ayudarme, y las pocas propinas que le daban las dejaba en un frasco. En parte me daba bronca su amor ciego, su voluntad para ayudarme. Fue ella quien tuvo la idea una noche por la madrugada.

Habíamos pasado el punto de máxima euforia de una buena noche y estábamos tirados en el colchón, mirábamos el cielo por la ventana disfrutando la brisa del verano inminente. Se hizo un momento de silencio y ella me dijo: estoy pensando lo mismo que vos. Lo dudo, dije. Yo también me desvelo pensando cómo podés sacar adelante esto después de tanto trabajo, dijo. Te equivocás, estaba pensando cómo la estará pasando el hijo de puta de Mike en Roma, y cuándo voy a conocer yo Roma en mi puta vida. Se hizo un silencio. El ruido de la autopista llegaba como el zumbido constante de un enjambre de moscas enajenadas al chocar contra una ventana. Tanta gente circulando y tan difícil es traerlos a que pasen un rato por acá, dije. Cómo se hace, cómo carajo hacía Mike para tener ese encanto, para caerle bien a la gente, para llevar adelante el negocio, me cago en Mike. Vos también dabas una mano, me dijo Claudia. Pero él era la otra parte; yo era el laburo sucio, él ponía la cara linda. Yo era el motor, él el com… El combustible, me lo dijiste ochenta veces, interrumpió ella, cosa que me alteró mucho. Es la verdad, y no me jodas, dije enojado. Si tan solo pudiera sacar el combustible de otro lado, dije después de un rato de silencio vacilante. Vos solo podés sacarla adelante, dijo. Pegué una carcajada. Ni que tuviera a Gardel cantando todas la noches, dije.

No entiendo mucho a las mujeres. Solo sé que a veces hacen cosas incomprensibles para nosotros, los hombres. En esos casos, me hago el que no entiendo nada y listo; quizás por eso me fue siempre tan mal con las minas, pero no voy a entrar en detalles, porque con Claudia fue distinto. No sé qué le pasó. Cuando terminé de decir eso de Gardel cantando todas las noches, se levantó como el resorte que activa el martillo antes de disparar. Así que cuando la vi sentada sobre la cama, y vi cómo le temblaba la espalda, me estremecí un poco. ¿Qué te pasa?, pregunté. Giró, me miró a los ojos, me miró desde más allá de sus ojos, y me dijo: Eso. ¡Eso mismo, Hugo! Eso mismo qué, Claudia, no me rompas las pelotas que ya tengo de sobra. ¡A Gardel! No me hagas pegarle a una mujer por primera vez en la vida. No te jodo, es la verdad, podemos traer de regreso a Gardel y hasta a Lepera. Que sea con guitarra eléctrica, por favor, dije.

No solo no entiendo a las mujeres, sino que tampoco entiendo el poder de convencimiento que tienen. Son hipnóticas. Quizás Mike me había dejado porque Débora le había machacado tanto la cabeza que lo había convencido de viajar y probar suerte por Europa. Insisto: quizás lo de la gira haya sido una mentira ideada por Débora para que Mike gastara todos sus ahorros. No sé. Solo sé que no entiendo a las mujeres; no entiendo cómo piensan ni cómo hacen las cosas que hacen, pero la verdad que Claudia había logrado que yo estuviera accediendo a consultar con la persona que terminé consultando. No voy a entrar mucho en detalles, me da un poco de vergüenza. Ustedes ya saben lo que pasó. Yo solo estoy contando cómo pasó.

Después de ver a esa mujer, hicimos una suerte de rito; conseguimos todo lo que nos pidió que consiguiéramos, y siguiendo sus instrucciones precisas llevamos adelante el paso a paso de lo que había que hacer. Claudia estaba más entusiasmada que yo. Decía que era efectivo; su papá se había salvado de un cáncer de próstata con esa vieja. Pero la vieja había sido clara: una cosa compensa a la otra. Uno recibe algo y siempre algo tiene que dar. El padre de Claudia estaba salvado del cáncer y hundido en el alcoholismo. No quise refregarle eso por la cara; no era necesario. Además, no le creía ni a la vieja ni a Claudia ni a Mike ni a Débora ni al NN. Así que terminamos eso que hicimos (velas, estampitas, luces apagadas, palabras extrañas con pretensiones aún más extrañas), y nos fuimos a dormir.

Soñé que estaba en el Coliseo Romano, y no me sorprendía en lo más mínimo. Se parecía un poco a Cosmópolis, para variar. Había un montón de pescados en taburetes dispuestos por hileras, como si estuviesen mirando una función de ópera. No me acuerdo bien cómo es que yo llegaba o desde dónde miraba, lo cierto es que de golpe estaba a un costado del escenario. Bailaban Mike y Claudia. Los pescados, excitadísimos, aplaudían cada paso. La orquesta de pescados tocaba “Al maestro con nostalgia”. De golpe, alguien me agarró por el brazo y miré hacia abajo. La vieja, esa vieja, me decía: les sale bien la síncopa de eje compartido, no te parece nene. Miré de vuelta y vi que Mike no era más Mike sino una cara irreal, como de estampita, achinada y brillosa. Esa cara espectral me sonrió con unos ojos achinados, y le dio un beso en la boca a Claudia quien parecía negarlo. Claudia gritaba de horror y pude ver que de la comisura de sus labios brotaba sangre. Cuando me lancé a la carrera para ayudarla sentí que flotaba, y desperté.

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El relato «La milonga del futuro» está incluido en el libro Bailando con los Osos, que 17grises acaba de reeditar y distribuir en librerías.