Que un boxeador fracasado, sin más potencia en sus manos que la desmesura del coraje, se haya convertido en uno de los poetas más prolíficos del tango, parece de antemano imposible. Sin embargo, tal fue el destino de Celedonio Esteban Flores.
En su juventud, Flores intercalaba versos infructuosos, al estilo de Darío y Nervo, con golpes en el Club Social América. Para 1919, Cele, como lo llamaba su amigo y frecuente rival Raúl Zampayo, ya sabía que su destino pugilístico estaba signado por la derrota. Empujado, sin embargo, por la valiente necesidad, se anotó en el Campeonato de Aficionados del viejo local Universitario. Cuatro rounds fueron suficientes para que Salvador Catáneo lo dejara nocaut.
Sentado en el vestuario, en ese abismo solitario de los perdedores, Flores escuchó dos golpes en la puerta de chapa. Sin levantar la cabeza, respondió:
—¡No me jodan!
—Te rompieron la jeta, pibe. –le dijo una voz cercana.
—¿Y usté quién es, señorita?
—Satanás.
— ¿Pero Satanás no es hombre?
— ¿Piri Sitinís ni is himbri? –le respondió con exasperación. —¿Por qué siempre preguntan eso? Dejate de macanas, ¿querés? A veces soy hombre, a veces mujer… y veces… qué se yo, como Dios. Me da por rachas.
—Y seguro que me viene a ofrecer pelear bien a cambio de mi alma. —Dijo Flores, dejando caer nuevamente la cabeza.
—El que hace milagros es el otro. Yo puedo darte fama y plata con un poema. Seamos sinceros, me va a salir más barato dictarte que entrenarte.
La historia conocida es que Flores escribió los versos de “Por la pinta” que ganaron el concurso del diario “Última hora” y que atrajeron la atención de Gardel y Razzano. Lo desconocido es que “Margot”, nombre posterior del tango grabado por aquellos, es la historia que esa noche Satán le sopló al oído y que el bardo cinceló en octosílabos; la historia camuflada del ángel caído por enfrentarse a Dios (“Vos rodaste por tu culpa/ Y no fue inocentemente,/ Berretines de bacana/ Que tenías en la mente…”), que tienta con la carne a los desprevenidos (“Ese cuerpo que hoy te marca los compases tentadores… / Mientras triunfa tu silueta y tu traje de colores/ Entre risas y piropos de muchachos seguidores).
O parte de ella, porque antes de entregar el sobre en el diario, Flores sintió que un hormigueo de coraje le recorría el cuerpo. Se le ocurrió trampearle al mismísimo Diablo y romper el pacto, agregándole “¡me revienta tu presencia… pagaría por no verte…!”. Y ahí comenzó su calvario.
El concurso lo ganó y, con él, cinco pesos y una fama meteórica. Pero Satanás no paró de recordarle su “caída”. Cada nuevo poema que Flores escribía por la noche aparecía adulterado por la mañana, y los manuscritos se fueron plagando de tachaduras: “No es que esté arrepentido, de haberte querido Diablo tanto” (La mariposa); “Salí, pebeta, bailá/ que está llamando Satán un gotán” (A lo mejor quién te dice). En 1923, José Servidio, musicalizador de muchas de las letras de Flores, le escribió una carta diciéndole: “Estimado Cele, sabés lo mucho que te aprecio, pero me parece que se te fue la mano”. El tango era El bulín de la calle Ayacucho y los versos diabólicos, “El bulín de la calle Ayacucho,/ Que en mis tiempos de rana alquilaba,/ Para hacer ceremonias macabras / que lo jodan al gorra Yahvhé”. Cuando casi le dio un surmenage fue al escuchar la grabación final que Gardel hizo de “Pan”; mientras que Flores había escrito “Se puso la gorra dispuesto a robar”, a la voz del zorzal le salió un “Si no ayuda Dios, que ayude Satán”; no alcanzaron para calmarlo las ginebras y las explicaciones que le daba el confundido y atormentado cantor: “¡Perá, che, te juro que no fue mi intención!”. Pero el colmo mayor, la gota que rebalsó el vaso, fue cuando en SADAIC no le quisieron pagar los derechos de Biaba: “Los bifes -los vecinos me decían-/
parecíanaplausos, parecían,/
de una noche de gala en el Colón”. porque pensaron que semejante brutalidad sólo podía atribuírsele a Satán, y él tuvo que justificar que esos versos sí eran suyos. Ya no podía tolerar semejantes infamias.
La guerra estaba declarada y Flores quería dejar en claro cuál era su posición en la grieta cosmogónica en la que se había metido. Entonces, se afanaba por escribir “Gracias a Dios” (Colorao, Colorao), “Decime, por Dios” (Maldita), “Y si Dios quiera” (Si se salva el pibe), o el claro e irrefutable juego de palabras de Malevito (Mal evito). Pero todos eran esfuerzos vanos; si Satanás no entraba por la puerta, entraba por la ventana. Flores se pasó una semana sin comer, después de que accidentalmente hiciera girar al revés el disco de “Por qué canto así” y se escucharan, con total claridad, los consejos y precauciones higiénicas a la hora de sacrificar gatos negros en noches de luna llena.
La muerte le llegó prematuramente a Celedonio Flores, una mañana fría de julio de 1947. Algunos allegados aseguran que sus últimas palabras, aquejado por la fatal dolencia, fueron “si no ayuda Dios, que ayude Satán”. Pero quizá tampoco las haya dicho él.