por Luciana Di Milta
Mario Levrero (2018). El alma de Gardel. Buenos Aires: Random House Mondadori.
Un recorrido bastante particular a través de una memoria verborrágica, una fábrica de pensamientos desordenados, triviales, absurdos al punto de transformarse, de un momento a otro, en cuestiones de vida o muerte. Recordar o percibir: la disyuntiva se suprime en El alma de Gardel de Mario Levrero. Desde el punto de vista del narrador, recordar es percibir, o a la inversa (da lo mismo): “No importa que me falle la memoria, o que me engañe, inventándome cosas o, peor, deformándome cosas”, porque lo importante de escribir las peripecias es desalojarlas del casillero de las preocupaciones. Tampoco importa el hecho de que el regodeo en el deseo sea más satisfactorio que su concreción. El deseo mueve una mirada maravillada, indiscreta, que se posa sobre el recuerdo de un hombre arrancando espinas a una tuna, sobre las ilustraciones de un libro “para mirar bizqueando” o, con impunidad descarada, sobre el escandaloso escote de una pasajera del colectivo. Ciertos objetos que ingresan en el campo visual del narrador remiten automáticamente a una serie de asociaciones insólitas y disparan la narración: una colección de paraguas (robados, perdidos u olvidados), un collage casero de almanaques de chicas desnudas, el “asiento de los bobos” en los colectivos, en los que la pelvis de la gente que va de pie queda a la altura de la cara del que va sentado. Pero, y el alma de Gardel (¡ni más ni menos!), ¿qué pito toca en esta orquesta? Se aparece como una suerte de epifanía, en el nudo de una trama conspirativa (hay que ver si se resuelve el conflicto: quedará a juicio de cada lector). Los conspiradores son tan enigmáticos como anagramáticos: N. Caorsi, el amigo jugador de ajedrez; I. Carson, el viejo loco de la Biblioteca, un sujeto excéntrico y desagradable. Esta aparición del alma de Gardel tiene, en la narración, la misma jerarquía que los franeleos constantes con una sobrina hot o con mujeres anónimas. Gardel pierde relieve épico, deja el halo de solemnidad que viste a los muertos geniales y regresa al mundo de los vivos en forma de mujer sin piernas (¿por qué? ¿por qué? ¿por qué?). Movidos por un designio secreto, tanto el alma de Gardel como los paraguas que aparecen y desaparecen funcionan como pistas que orientan aventuras desopilantes, en un mundo que permanentemente corre el riesgo de volverse inhóspito.