Mi tango favorito: La Cerveza del pescador Schiltigheim
Letra: Raúl González Tuñón
Música: Juan Tata Cedrón
“La cerveza del pescador Schiltigheim”, incluida en el ya mítico disco del Cuarteto Cedrón “Los Ladrones”, de 1970, es la canción que está a muchas leguas de distancia de cualquier otra en mi cariño.
La letra, un poema de 1930 de Raúl González Tuñón, es un elogio de la errancia que arma un caleidoscopio de imágenes fugaces en las que se mezclan puertos, torres, ferias, ciudades, islas, nieve, gitanos alegres, Quebec, ukeleles, hombres de frac, plátanos fritos, ladrones, verduleras, París, perros, soles rojos, opio, Chicago, todo. Tuñón escribió El Aleph antes que Borges.
Y a ese mundo de una página, el Tata le puso seis acordes que forman un vaivén de olas que van meciendo las palabras. Seis acordes para una canción circular, que empieza y termina (“caminos que parten y caminos que vuelven”) con lo que podríamos definir como estribillo (“Para que bebamos la rubia cerveza…”); sin embargo, en cada vuelta de la helicoide, nada se repite exactamente porque en la canción, como en Proust y como en la vida, nunca nadie vuelve a ningún lugar.
Atento a esta fatalidad, remarco una frase que me acompaña (y me acompañará) siempre, como memento de lo esencial: “Que a cada paso una mañana (el poema dice “un paisaje”), una emoción o una contrariedad nos reconcilien con la vida pequeña y su muerte pequeña”.
La cerveza del pescador Schiltigheim es una deformidad simple y bella. Aunque el poema de Tuñón sea cuarenta años anterior a la música del Tata, ambos son ya inseparables.