REVISTA EL SORDO

Naufragando en el Titanic

Por Luciana Di Milta, Ilustración por Leandro Belvedere

En el lejano 1928, Gardel cantaba a un barrio viejo que, si nos ponemos a pensar, hoy es doblemente viejo (“Barrio viejo”, Eugenio Cárdenas). En la nueva época dorada, el tango no canta a los barrios viejos, sino a los barrios de las letras de los tangos viejos. Mejor dicho, canta la actualidad perenne de lo viejo a través de sus propias poéticas. Se puede notar sin dificultad que las palabras “tradicionales” del tango reaparecen hoy dispersas en otros contextos poéticos, y sin embargo no pierden su capacidad de envío a la tradición. Es como si la escucha actual se bifurcase: la palabra tiene una carga de sentido que ya es interna a ciertos imaginarios, sus continuidades y reescrituras. Pienso esta cuestión del tiempo en relación con algo que, a pesar de ser absolutamente obvio, a veces tengo que recordarme a mí misma: el pasado no es en blanco y negro, sino que el cine viejo es en blanco y negro. Se me mezcla el pasado (si es que tal cosa existe) con una imagen mental que construyo con datos, porque la imagen blanco y negro cobra su espesor temporal (se vuelve vieja) después de años de la irrupción del cine a color. 

Desde este enfoque, el pasado es una configuración del presente y no algo que se puede guardar y restaurar. La letra de tango nuevo que escucho es un poema nuevo, escrito en los últimos años en una computadora con Windows 10, pero simultáneamente, cuando le doy play, ciertas palabras me remiten a la otra escucha, la del archivo mental, la que me permite formar series temáticas con esas grabaciones llenas de ruido del disco de pasta. Menciono un ejemplo al azar. La metáfora del naufragio puede conformar la siguiente serie: los tangos nuevos “Sinsur” (Victoria Di Raimondo) y “Naufragio” (Alejandro Guyot), y los tangos viejos “Náufrago” (Fidel Pintos), “Naufragio” (Natalio Sedini) y “A la deriva” (Luis Coraggio) [acá pienso en cuánto extraño ir a las milongas]. En todos los casos persiste el mismo sistema metafórico: naufragio = decepción o incertidumbre; hundirse = caer en la desgracia (o en la nostalgia suicida). El inmigrante italiano del poema de Pintos, “con su ambulante acordeón / y con su alma infeliz”, es anacrónico en la década de 1950: sus hijos ya son argentinos, está casado con una costurera vasca, tal vez votó a Perón gracias a la ley Sáenz Peña y todos hablan un castellano decoroso. Más atrás en el tiempo, pero incurriendo en otro anacronismo, la voz del poema de Sedini se identifica con un “autómata sin alma / sin pensar ni sentir nada”, como si hubiese salido de algún cuento de fantasía científica del siglo XIX. Los náufragos del tango nuevo son igual de trágicos, igual de anacrónicos, pero menos lacrimógenos: “Tu estrella te embarró / y no sabés si llorar” (Guyot); “Entregada a la suerte y sin mirar atrás / naufrago en la desidia del asfalto y la impiedad” (Di Raimondo). Es un pesimismo asumido, racional, menos romantizado (¿no es más desesperante aún?). No hace falta hacer explícito el elemento llorón de los tangos viejos, porque de alguna manera la teatralización de la desgracia se cita en forma indirecta en la tematización del “naufragio” y su tradición. Curiosamente, el poema viejo que suena más “actual” es el de Coraggio: “Creyendo que un salvavidas / Iba a darte, pa’ consuelo, / Pero que, si el barquichuelo / De mi ilusión, ya se fue”. ¿Por qué? Porque es el menos lacrimógeno. Quien “naufraga” es la segunda persona a la que se dirige la voz femenina del poema y la desgracia “hunde” al otro, no al “yo”.   

En la Buenos Aires que conoció Homero Manzi ya no había paredón ni luz de almacén. En la que conoció Pedro Blomberg no había mazorqueras besando estampitas de Rosas. Sin embargo, estaban ahí, en las décadas de 1920 y 1940. La gran aldea, la Buenos Aires babélica, el organito y el barco inmigrante son fantasmas que habitan los tangos de los años cuarenta y cincuenta. En la Buenos Aires de hoy no hay tienda Harrods ni guantes patito, y sin embargo aquí están: están en el imaginario colectivo y, por supuesto, en la poética del tango, junto a los naufragios dark de los tangos nuevos y los naufragios románticos de los tangos viejos (nota mental: los románticos eran los dark del siglo XIX). Las letras de la primera época dorada son los fantasmas que habitan la nueva época dorada. Y de ahí su nueva y, en una de esas, eterna actualidad.  


Sinsur (Victoria Di Raimondo, 2016)

Entregada a la suerte y sin mirar atrás,

Naufrago en la desidia del asfalto y la impiedad.

No sé si hay que volver, soltar el ancla acá.

La brújula se pierde en el azar.

Doblo, me desvío, sigo sin pensar,

La ciudad es un cauce interminablemente gris,

Te espero en el abismo de la duda, más allá,

Ahí, donde no hay punto ni jamás.

Abandonar la orilla, desatar la tempestad,

Recorrer despacio los confines del dolor,

Ahogarse sin sentido en un sueño sin destino,

Hasta encontrar la grieta entre la noche y la verdad.

Salgo del espejo, caigo en el sinsur,

Si viene la tormenta será inútil escapar.

Te espero en el remanso de las horas, más allá,

La fe se desmorona una vez más.

Ya no hay furia ni calma, culpa ni perdón.

Rugen las sirenas, ya se agita el corazón.

Te espero en el revés del tiempo, más allá,

Ahí, donde no hay fuga ni final.

Sinsur de Julián Peralta y Victoria Di Raimondo


Naufragio (Alejandro Guyot, 2015)


La suerte te abandonó

y sin avisar,

cerró la puerta y se fue,

y no regresó jamás…

Hoy ella también se va,

¿y qué vas a hacer?

El cielo se te nubló,

el barro se vuelve cruel.

Tu estrella se apagó

y en el fondo de un charco

naufraga sin morir.

La vida te estafó,

y ahora Dios no entrega más milagros.

“Se rifa este corazón,

el alma también”.

Un oxidado cartel,

decir no siempre es querer.

Tu estrella se apagó

y en el fondo de un charco

naufraga sin morir.

La vida te estafó

y ahora Dios no entrega más milagros.

Tu estrella te embarró

y no sabés si llorar,

vos matás lo que querés.

La vida te estalló

y ahora Dios no atiende tus llamados.

Tu estrella te embarró

y no sabés si llorar,

vos matás lo que querés.

La vida te estalló

y ahora Dios no atiende tus

llamados.

La lluvia cayó otra vez

y ni te tocó,

vendettas de un viejo amor

que nunca sabrán del sol.

Inundación de Julián Peralta y Alejandro Guyot


Náufrago (Fidel Pintos, c. 1950)

Vino en un barco italiano,

un día que el puerto

lloraba de gris

con su ambulante acordeón

y con su alma infeliz,

tanto vagar por la vida

tras una esperanza

tras una ilusión

y anclo su vida

en turbias guaridas,

del viejo Paseo Colón.

Tenía en Italia,

los besos en flor

de una ragazzina,

que le dio su amor

y fue por su bien

que echose a rodar

y al fin

se sintió naufragar

Ya nada le importa,

ya todo quedó

en el gris del puerto

que lo recogió

dolor de añorar

llorando un amor

que ya es imposible olvidar.

Ya nada le queda en la vida

más que su recuerdo

y el viejo acordeón

cómo se tarda en morir

cuando el silencio es dolor

lleva la muerte en el alma,

y una canzoneta,

guarda en su acordeón

mientras los ojos

de su ragazzina

se clavan en su corazón.


Naufragio (Natalio Sedini, c. 1940)


Como barco a la deriva

Voy andando por la vida,

Sin saber cuál es el puerto

Que anclará mi corazón.

Como autómata sin alma

Sin pensar ni sentir nada,

Voy dejando en el camino

Sólo rastros de dolor.

Naufragio…

Fue la voz de angustia a bordo,

En una noche de niebla

Al hundirse en alta mar.

Mi barco…

También está naufragando,

Porque siente que no tiene

Ya más remedio mi mal.

Pero ella…

Que me trajo tanto daño,

Con el tiempo pagará.

Pero entonces será tarde,

Porque ya estaré sepulto

En el fondo de la mar.


A la deriva (Luis Coraggio, c. 1930)

Cuando te viste perdido

Aprisionado en las rocas,

De tus ambiciones locas

Pensaste en mi querer.

Creyendo que un salvavidas

Iba a darte, pa’ consuelo,

Pero que, si el barquichuelo

De mi ilusión, ya se fue.


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